MANIFIESTO:
—Querida *mabre, me han encargado que haga un manifiesto para el Día del Libro.
—¿Y qué vas a decir? ¿Lo de que los libros te hacen volar?
—Vaya, me ha pillado.
—No les mientas. Mira lo mucho que yo he leído y lo poco que vuelo. ¡Ni que fuera una pájara!
—Mujeeer, es que se refiere a la imaginación y todo eso.
—Ya, pero está muy visto.
—Es que, si no, no sé qué poner. Ayúdeme, ande.
—Verás como al final te lo escribo yo todo. Se terminará sabiendo que soy la autora de tus libros… Pues tú dile a la gente que leer es un superpoder. Como lo de volar de Supermán. Porque ese sí que vuela. Imagínate que no lo hiciera. Que tuviera ese superpoder y no lo usara. ¿Qué le dirías?
—Pues lo que usted me dice tan a menudo cuando me dejo lo blanco del jamón: ¡¿Tú estás tonto o qué?!
—Claro. Pues con la lectura pasa lo mismo. Y, bueno, también le dirían: “Supermán, criatura, los calzoncillos, mejor por dentro”. Pero ese es otro tema… Ah, y puedes poner, además, que quien lee más, vive más.
—Eso ya está dicho.
—Ya, pero mal explicado. ¿Conoces a Braulio, el del 2°B?
—¿El que no sale de casa?
—Ese. Pues se pasa el día leyendo para no morirse nunca. Alguien tendrá que explicarle que los libros te dan más vida a lo ancho; no a lo largo.
—Eso no lo entiendo.
—Pues que no te dan más años, que te ensanchan el caudal de las vivencias.
—Se me está poniendo usted técnica.
—Sí, es que me estoy animando. Diles también que los libros muerden.
—Será que no muerden.
—No, hombre, que el peligro atrae. Si no tiene peligros, tampoco tiene emoción. Y no me dirás que no hay libros que te dejan con el culo torcido. Esos me encantan.
—¡Toma y a mí!
—Ah, y añade que sirven para golismear.
—No, eso no.
—Bueno, pues tú pon “para explorar vidas ajenas”, que es lo mismo. Pero vamos, que lo que gusta es golismear.
—Espere. Voy a poner que los libros son como una ventana a la que asomarse a la vida de otras personas...
—Mirilla, pon mejor que son una mirilla, que tiene más morbo.
—Eso. Voy a poner: Los libros son una mirilla maravillosa.
—Bueno, maravillosa... algunos. También hay ladrillos. Avísales, a ver si van a coger el primero y no les va a gustar y ya no cogen más.
—Pues si no les gusta el primero, que vayan a la biblioteca, lo devuelvan y cojan el segundo.
—Claro. O a la librería. Y si el segundo no les gusta, que prueben por el tercero. ¡Será por libros!
—Venga, pues ya lo voy teniendo. Voy a empezar: Un libro es una mirilla...
—O una hamaca. También hay libros que te dejan como en hamaca.
—O sobre ascuas...
—O al borde del acantilado.
—O lejos, muy lejos, en silencio.
—O…
—Mira, mejor haz un listado de palabras que quedará muy moderno.
—A ver: Un libro es una mirilla, una hamaca...
—Un ladrillo.
—No, eso más adelante, cuando hayamos dicho más cosas buenas.
—Vale: Los libros son mirilla, hamaca, madriguera, ascua, claraboya, bosque, solecete y tarde de lluvia, acantilado, ladrillo.
—Espere, antes de ladrillo yo añadiría faro, tren en marcha, eco, alfombra voladora, pasadizo, fuego de campamento, nido, tinta, susurro, espejismo, zambullida.
—Sí. Y a veces, ladrillo.
—Venga. Pues ya está. ¿Y usted cree que con esto se animará todo el mundo a leer?
—¡Toma ya! ¡Pues claro! Pero, por si acaso, remata con que quien lee tiene la piel más tersa y el cabello más sedoso y verás.
—¡Ja, ja, ja! Vale. Y añado “más gracejo al caminar”.
—¡Sí! ¡Ja, ja, ja! ¡Pon eso! ¡Pon eso!
—Muchas gracias, mabre.
—De nada hijo. ¡Qué bien me lo he pasado!
—Me despido. La beso y la venero.
—Lo que tienes que hacer es venir a verme, que nos tienes abandonados al Mediterráneo y a mí.
—Ay.
*Mabre es el nombre de un pez y también la manera cariñosa que tiene Pablo Albo de llamar a su madre en la ficción. Bueno, en la realidad también.
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